María Félix: La diva que nació, brilló y murió como quiso… ¡y en el mismo día!

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Este 8 de abril se cumplen 112 años del nacimiento de María Félix, la mujer que no solo rompió esquemas, corazones y cámaras, sino que también dejó este mundo el mismo día que llegó: un 8 de abril, como si hubiera querido cerrar su historia con broche de oro… y de diamantes Cartier.

Originaria de Álamos, Sonora, María de los Ángeles Félix Güereña fue la cuarta de doce hermanos, hija de un funcionario de ascendencia yaqui y una madre severa. Desde niña mostró un carácter que ni los conventos de Los Ángeles, California, pudieron domar. Con esa personalidad arrolladora llegó a Guadalajara, donde fue coronada reina de belleza universitaria, vivió amores y tragedias —como la pérdida de su hermano Pablo— y se convirtió en madre tras casarse con Enrique Álvarez, padre de su único hijo.

El cine llegó a ella como un destino inevitable. En 1942 debutó en El peñón de las ánimas al lado de Jorge Negrete, quien luego sería su esposo. Pero fue Doña Bárbara la cinta que selló su leyenda y le dio el apodo que marcaría su vida para siempre: “La Doña”. Desde entonces, ningún papel, y mucho menos ningún hombre, la dominó.

Entre romances inolvidables como el que vivió con Agustín Lara, quien le compuso María Bonita, y una vida llena de lujos, la diva del cine mexicano se convirtió en inspiración para diseñadores como Cartier, que le creó piezas tan icónicas como los collares de cocodrilos con diamantes que hoy valen fortunas.

Murió como vivió: a su manera. El 8 de abril de 2002, mientras cumplía 88 años, María Félix cerró el telón de su vida en la Ciudad de México. Su herencia —colecciones de arte, joyas, inmuebles— fue legada a su asistente personal, Luis Martínez de Anda. Y como en un guion de película, parte de su fortuna fue subastada en Christie’s, como si hasta su legado tuviera que estar a la altura de su leyenda.

María Félix no pidió permiso para brillar. Ni para irse. Y por eso, más de un siglo después, sigue viva donde importa: en el mito.